Todo empezó con una decisión.

Una mujer, de unos cincuenta y cinco años, sentada sola en el borde de la cama.
El sol entrando por la ventana, acariciando ese marco de fotos donde él aún sonríe.
En sus manos, unas llaves plateadas con un llavero y dos iniciales grabadas.

Y una pregunta que pesa más que cualquier metal:
“¿Y si la vendo?”

No habla solo de una casa.
Habla de su historia.
Del olor a café de los desayunos del domingo.
De las discusiones por tonterías.
De los cumpleaños con globos en el techo.
De todo lo que ya no está, pero aún vive entre esas paredes.

Vender...
No es lo que parece.
No es solo poner un precio y esperar una oferta.

Vender es soltar.
Es atreverse a cambiar.
Es aceptar que algo termina… y que algo nuevo comienza.

Pero no es solo ella.

Es el emprendedor que lleva meses sin dormir.
Que cuidó algo con sus manos y mimó como un hijo para hacerlo crecer y ahora se pregunta:
“¿Quién lo va a valorar como yo?”

Es el artista que teme mostrar su obra.
Es la madre que vuelve al trabajo y necesita vender sus habilidades de nuevo.
Es el joven que empieza su carrera y tiene que vender confianza sin experiencia.

Vender nos atraviesa a todos.
Nos pone frente a frente con nuestros miedos más profundos:
el rechazo, la duda, el silencio del otro lado.

Y sin embargo,
cuando lo haces desde la verdad,
cuando no solo hablas de lo que tienes, sino de lo que crees, algo cambia.

Porque vender no es convencer.
Es conectar.
Es recordar que cada historia tiene quien la escuche, si la sabes contar bien.

En Gémini no solo vendemos.

Acompañamos a las marcas, a las personas, a ti,
a contar lo que haces como si fuera lo que es:
una extensión de lo que eres.

Y cuando eso sucede,
cuando el mensaje conecta,
cuando el miedo se transforma en propósito…

Vender ya no es el desafío.
Es la recompensa.